
Cada vez me es más simple recabar cuestiones rutinarias y aplicarlas a la economía, aunque quizá debería decir que por fin empiezo a ver las cosas como son en realidad.
Situaciones cotidianas como ir al cine se empiezan a plantear, no como un rato de ocio, sino como una elección que me priva de otra. Si decido gastarme 7,50 euros en ir a ver una película a la sesión de las diez de la noche y comprarme por 5,50 el pack “Felicidad” de una bebida y palomitas de tamaño medio en la sección de chucherías y bebidas del Kinepolis, realmente no estoy teniendo un coste total de 13 euros.
Mi coste real es no tener cualquier otra cosa que pueda pagar con esos 13 euros, es decir, lo que pueda dedicar con ese dinero más el tiempo que sacrifico en ir a ver la película y que podría destinar a otro fin. En economía esto se conoce como coste de oportunidad.
Otra cuestión importante que suele escapar a los ojos de las personas es el coste irrecuperable. Cualquiera que no haya estudiado economía exclamará: “eso no es cierto, entiendo que es el dinero o tiempo que no podemos recuperar tras haber realizado una determinada elección”. Bien, pues es cierto en principio, pero sin embargo se nos suele olvidar con facilidad que el coste, como irrecuperable que es, debe ser olvidado por completo a la hora de tomar decisiones posteriores.
En el mismo ejemplo del cine se muestra claramente lo que quiero decir. Muchos nos hemos encontrado a veces pensando “esta película es un aburrimiento y no me entretiene”. La pregunta es “¿Debería salir de la sala y hacer algo más provechoso?”. La mayoría de las personas contestará de inmediato: “Bueno, me he gastado 13 euros por estar aquí, mejor me quedo y los amortizo”. Grave error. Con esta respuesta estamos teniendo en cuenta el coste irrecuperable, el dinero que no volveremos a tener.
Para un economista lo razonable sería que si la película no te interesa, te marches del cine y dediques tu tiempo a algo más provechoso.
Para analizar esta situación desde otro punto recurriré una vez más al mundo de los videojuegos, centrándome en esta ocasión en las videoconsolas.
El tema en cuestión lo discutí hace tiempo con mi antiguo profesor de economía y me dio una lección aplicada que no se me olvidará fácilmente poniéndome un ejemplo que aplicaré a continuación a la actualidad.
Para hacerlo, utilizaré la llegada de la nueva PS3 Slim frente al modelo antiguo PS3 (o Playstation 3 para los más lentos).
Las principales diferencias entre ambas consolas se basan en el tamaño (la Slim es un 35% más pequeña y pesa un 36% menos) en la capacidad del disco duro (4 veces más que el modelo estándar de PS3) y en el precio (Slim a 299,90 euros, 300 menos de lo que costó la original en su salida). Además el nuevo modelo posee una optimización con menor consumo energético lo que se ve reflejado en que se caliente menos con el uso (los que tengan la PS3 sabrán que casi se puede freír un huevo encima con unas horas de juego).
Tras estos datos superficiales cualquier posible comprador que buscara una consola y no poseyera la PS3 tendría una fácil elección, pero pongámonos en lo peor y pensemos en un pobre hombre que compró la PS3 estándar por 400 euros días antes de la salida al mercado del modelo Slim.
Lógicamente y tras el arrebato de ira y blasfemias que tuvo al ver que el modelo nuevo y mejor por 100 euros menos, se dirige a la tienda más cercana, donde un amable gerente le ofrece cambiar su modelo estándar por la nueva pagando únicamente 50 euros por el cambio.
El hombre pensará de inmediato “¿Cómo voy a pagar 50 más después de haberme gastado 400 en el otro modelo, cuando solamente cuesta 300?”
De nuevo, la decisión debe olvidarse del coste irrecuperable, y lo que tendría que hacer el desdichado hombre es preguntarse si las nuevas características del nuevo modelo valen los 50 euros. Si para el uso que el hombre le va a dar a la consola, son insignificantes, entonces deberá seguir con su modelo estándar.
Por último y para cerrar el tema de los costes, debo incluir el asunto de los costes marginales.
A veces las decisiones no acaban con elegir si hacer algo o no, sino que es necesario comparar el coste marginal con el beneficio marginal. Es decir, si al comprar una videoconsola te ofrecen el modelo de 40 gigas de PS3 frente a otro modelo de 60 gigas por 30 euros más, tendremos que analizar si el coste marginal (los 30 euros) con el beneficio marginal que supone la mayor capacidad de memoria. En resumen, aquí no se trata de decidir comprar o no la videoconsola, sino de saber si merece la pena pagar más por algo mejor.
Decisiones corrientes con respuestas razonables de economistas se nos presentan a diario, pero pocas veces les damos la importancia que precisan. Espero que con esto, alguno lo tenga más claro a la hora de salir del cine ante el espantoso horror que le están presentando con “Las Colinas tienen Ojos”.
(¿¡Dónde estaba esta clase de economía cuando fui al cine aquel maldito día!?)
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